Privacidad y Políticas Públicas

¿Qué significa privacidad para la juventud?

04/07/2018

Por Mariel García Montes, Centro de Medios Cívicos de MIT | #Boletín17


En un mundo en el que el término “colaboración” se ha vuelto una promesa vacía en solicitudes de fondos, a pocos les sorprende que entre los mundos de los derechos de las juventudes y los derechos digitales pueda haber más tensiones que colaboraciones. La postal que mejor describe estas tensiones es el Foro de Gobernanza de Internet (FGI o IGF en inglés). Los actores más influyentes en temas de juventudes y tecnología están ahí con sus sesiones de protección de niños y niñas en línea, y también están las organizaciones de libertad de expresión más grandes con sus sesiones de derechos humanos e internet. Cuando participé en 2015 como becaria de Youth@IGF, fui a los dos tipos de sesiones y no encontré a muchas otras personas en la misma situación. Sigo hoy buscando a las personas interesadas en lo que otros han descrito como las dos caras de la misma moneda, el agua y el aceite del FGI.

Y es que siempre se expresa como una dicotomía. Una internet que proteja los derechos de las juventudes o una donde todas las personas vivamos libres de vigilancia. Una internet en la que las juventudes puedan acceder a contenidos de calidad y adecuados a su etapa de desarrollo, o una en la que todas las personas podamos expresarnos libremente. Desde inicios de la década de 2000, distintas investigaciones de comunicación y juventudes documentaron este antagonismo entre los movimientos de protección de juventudes en línea y de derechos digitales.

¿Pero qué implicaciones tiene para el trabajo de sociedad civil, para el mercado, para las regulaciones, e inclusive para la infraestructura, que desde el lenguaje nos forcemos a escoger entre juventudes o adultos? ¿Quién se beneficia de este marco de oposiciones?

Como personas adultas, cuando nos referimos a temas relacionados con juventudes y privacidad, a menudo decimos cosas que niegan a las y los jóvenes las posibilidades de ser sujetos de derechos actuales y no sólo en potencia, de agencia. De manera poco útil, al mismo tiempo, nos referimos a los riesgos que enfrentan, por un lado, como si supiéramos todo lo necesario y ya los hubiéramos superado o, por otro, como si fueran riesgos que no alcanzamos siquiera a entender. Lo peor, pienso yo, es que nuestras opiniones nos ponen en un lado que culpa a las víctimas, por ejemplo, de escándalos de sexting; como si sus decisiones individuales pesaran más que las de las personas que cargan la responsabilidad colectiva alrededor de ellas. Nuestro sistema de discriminación en función de género, clase social y edad ha contribuido también en la formación de nuestras visiones sobre juventudes y privacidad.

En pocas palabras: nuestro discurso adulto sobre el tema dice más cosas sobre nosotros como adultos que sobre las juventudes, y no son buenas. Sin embargo, hay grupos que hoy en América Latina trabajan por cambiar esta realidad e incluir las perspectivas de juventudes en su trabajo en la defensa del derecho a la privacidad. Éste ha sido mi tema de investigación en los últimos dos años, en los que he llevado a cabo un estudio con dieciocho grupos en el continente (trece en América Latina) que trabajan en los campos de derechos digitales, protección de datos personales, antivigilancia y desarrollo juvenil.

Se trata de organizaciones locales, colectivos, cooperativas, centros de investigación académica, organizaciones internacionales y redes de padres que trabajan en educación informal, campañas y materiales de comunicaciones, litigio estratégico, investigación, operaciones de líneas de ayuda y promoción de la colaboración multisectorial. Son organizaciones que no aparecerían en un buscador con los términos “juventudes y privacidad”; sus audiencias, fuentes de financiamiento e historias institucionales les hacen reconocerse en campos distintos, desde “uso responsable de las TIC” y “ciudadanía digital” hasta “prevención de riesgos” y “equidad”.

En mis conversaciones con estos grupos han salido a flote las tensiones sobre las maneras con las que hemos abordado temas de juventudes y privacidad: el uso de pedagogías que promueven crítica de medios y aprendizaje social-emocional contra las que promueven vigilancia y control adulto; el marco de las juventudes como sujetos de derechos sólo en potencia o como sujetos de derechos hoy; visiones del riesgo en línea; agencia juvenil contra protección juvenil; las complicaciones en discusiones sobre consentimiento; las campañas de miedo contra las de empoderamiento.

De manera más esperanzadora, también ha salido una lista de las características que definen su trabajo en resistencia de opresiones: su compromiso con el diseño y procesos participativos, como los talleres creativos de Faro Digital y su célebre campaña “Sexteá con la cabeza”, que da una respuesta al discurso de abstinencia que ha dominado el campo de adolescencia, sexualidad y tecnología. Estas organizaciones trabajan para cerrar las brechas intergeneracionales, como los conversatorios que hace Pensamiento Colectivo en Uruguay para que jóvenes entiendan a adultos y viceversa. Destaca también la presencia en los espacios de convivencia juvenil, como Hiperderecho en Perú con su Liga Juvenil de estudiantes universitario inspirada en LibreBus; y su innovación al contar historias con materiales que van desde videojuegos (como el de Artículo 12 en México) y juegos de mesa (de Sulá Batsú en Costa Rica), hasta experiencias teatrales con chatbots (Projeto Caretas de Unicef Brasil).

Comparto más de esta investigación en una serie de blog posts que estoy publicando en el blog de mi centro de investigación, el Centro de Medios Cívicos de MIT; en específico, detalles sobre estas organizaciones: sus audiencias y colaboraciones, los temas que cubren en sus esfuerzos educativos, y las rutas críticas que ven en su desarrollo institucional. En mi proyecto de tesis pongo todos estos hallazgos en conversación con teoría sobre privacidad, estudios sobre vigilancia y desarrollo juvenil.

Y, sin embargo, a mis veintiocho años, mi investigación es un documento más sobre jóvenes escrito por una persona que ya no es tan joven. Y las metodologías y acciones que llevan a cabo las organizaciones que participaron en este proceso reciben pocos insumos de adolescentes. Espero que esto sea algo que cambiemos en el futuro cercano. En lo personal, pensar sobre la intersección entre juventudes, privacidad y tecnología para buscar nuestros puntos ciegos y ventanas de oportunidad me inspira a trabajar más para reformar el discurso sobre tecnología y sociedad para incluir a las comunidades que han sido marginadas de él, no sólo por raza, clase o género, sino también por edad.

Mariel García Montes actualmente estudia e investiga sobre juventud, medios de comunicación, educación cívica / moral y alfabetización digital en el «Center for Civic Media and Comparative Media Studies» del MIT.

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