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Hacking feminista: reapropiando códigos, desprogramando cuerpos

04/05/2017

Por Lucía Egaña Rojas | #Boletín15

Conocí el feminismo mucho antes de que hubiera una computadora en mi casa. Crecí en un hogar lleno de feministas, lesbianas, todas distintas, pero aún así no llegaba ninguna computadora (o más bien, ninguna de ellas era una computadora). No existían los portátiles, sólo las mujeres nómadas. La computadora llegó a mi casa para organizar el trabajo feminista de mi mamá, a mi hermano y a mí su uso nos cayó de rebote, como la espuma que rebalsa un vaso.

Me vino la menstruación, tuve sexo y probé algunas drogas, y mucho después llegó internet a conectar esa máquina doméstica de uso comunitario a una red que estaba afuera y en cualquier parte. Entonces el uso del módem cortaba el teléfono: si nos conectábamos a internet no se podía hablar, sólo había una línea de contacto con el exterior. El módem vino a interrumpir una serie de conversaciones telefónicas. Internet era lento y rudimentario, y aún así parecía mágico. La gente freelance usaba bíper (mensáfono), una cajita que se enganchaba al cinturón del pantalón y que enviaba texto para advertir de llamadas urgentes y mensajes repentinos. Era lo más moderno que recuerdo.

Todo sucedió muy rápido, aparecieron los teléfonos móviles, el wi-fi, el GPS y muchas otras cosas. Mi memoria ha caído en la fragmentación, como una computadora que ha perdido capacidades, no logro recordar bien qué fue primero y qué después. Tuve un celular enorme que heredé de alguien. Era duro y resistente. Las máquinas eran más grandes y hacían muchas menos cosas que hoy. Algunos años más tarde me convertí definitivamente en migrante al irme de Chile: tuve que abrir una cuenta bancaria y una de e-mail, compré mi primer computador portátil, un móvil, y a volar. Conocí de forma tangencial el software libre, que se corporizaba a través de una comunidad extraña reunida en oscuros locales del centro de la ciudad. Parecía que sabían mucho, estaban conectadas, y sentían placer al abrir las cajas negras de las máquinas.

Si el feminismo me acompañó biográficamente, en el vivir; el software libre me ayudó a imaginar nuevas relaciones con las tecnologías y también, como forma de observar el propio funcionamiento de ciertas prácticas feministas. El acompañamiento y la relación con ambas esferas cruzadas en mi interior forma parte de lo que soy hoy en día. De mi experiencia y de algunas observaciones sobre estos retazos entrecortados, me gustaría dejar algunos apuntes y fragmentos.

La migración:

Tardé muchos años en migrar. Aunque siempre estemos cambiando, mudarse de un entorno a otro va marcando las trayectorias de una forma especial. Es un proceso que no acaba nunca el pensar las cosas en términos de cajas que eventualmente podrían estar abiertas, con contenidos susceptibles de ser manipulados.

Los feminismos históricamente habían estado comprendiendo e interviniendo ciertos sistemas operativos de la cultura dominante, rompiendo cajas, mezclándose, produciendo engendros imposibles, y esa era sin duda la mayor motivación para iniciar el proceso migratorio.

Migrar no es fácil, sea a linux o a otro país, es un proceso lleno de trabas económicas, geopolíticas, incluso emocionales. Pero también migrar es abrir espacios para conocerse mejor, personal y colectivamente.

Detectar fallos:

La construcción del género, precediendo incluso a la concepción binaria del cuerpo y a lo que hoy llamamos “diferencia sexual”, opera de forma bastante inexplicable. La caja está cerrada: su funcionamiento es opaco. La correspondencia unívoca entre el sexo (dado por nuestro cuerpo), el género (la forma cultural en la que nos sentimos) y la sexualidad (qué prácticas y deseos nos atraviesan) que establece el sistema heterosexual es difícilmente comprensible desde una perspectiva que no sea puramente arbitraria. Pero ese sistema clausurado en su operatividad cae en cuanto, por ejemplo, alguna de esas tres variables no corresponde entre sí. En el momento en el que una persona sexuada como hembra, no se comporta femenina o no folla con varones, ahí el sistema sufre un fallo, la maquinaria heterosexual “crashea”, se cuelga, y finalmente, parece que te castiga.

Desde una perspectiva de tecnologías libres, los fallos del sistema (hetero-blanco-patriarcal) son oportunidades, indicadores de espacios propicios para la intervención y la transformación.

Detectar los fallos de un sistema es llegar a una parte de sus códigos, así que cuando “estresamos” el sistema, detectamos sus debilidades, y podemos infectarlo.

Virus, cómo contaminar:

Creo que muchos feminismos en gran medida han funcionado como un virus, un elemento disruptor, reconfigurante de códigos y revelador de sus elementos constitutivos, y aunque muchísimas comunidades de software libre estén compuestas por una mayoría de varones misóginos, el hecho estructural que plantea la posibilidad de acceder a los códigos sigue siendo una cuestión ineludiblemente feminista. Accediendo y reapropiándonos de los códigos que han programado nuestros cuerpos y subjetividades es que podremos desaprenderlos. Se trata de prácticas autónomas y anticapitalistas, al margen de las macrocoorporaciones, al margen de los deseos que crea el mercado en nuestros cuerpos y corazones.

Los virus se expanden de forma desorganizada, se multiplican sin que su crecimiento se pueda prever. Los virus nos recorren y se infiltran, pero como somos nosotras mismas, se disfrutan. Nos gustan los virus porque tejerlos significa estar desaprendiéndonos en nuestra configuración por default, de fábrica, esa en la que nos programaron antes de nacer, sin que lo hubiésemos decidido.

Re-programaciones:

Pienso en todos los arreglos que han hecho mujeres, medio-mujeres y disidentes a lo largo de la historia. Esas irrupciones que gravitan y emergen por todas partes, que muchas veces han sido invisibilizadas, ocultadas por los códigos mainstream de la programación hegemónica. Las re-programaciones están mucho más cerca de lo que podríamos pensar, están en nuestro cuerpo, en las relaciones con otras, en las micropolíticas cotidianas. No deberíamos subestimarlas.

Los anti-virus:

Siempre hemos programado, desprogramado, intervenido y reconfigurado, pero la pregunta hoy es cómo seguirlo haciendo. Viajo con un ordenador portátil y un teléfono inteligente a todas partes. Cargo cientos de GB conmigo a cada lugar. Almaceno datos y los produzco a una velocidad inimaginable incluso por mí misma. Muchas de estas informaciones siguen circulando por las casas del amo, por los canales del amo, sus redes y plataformas. Es posible en esos canales hacer ruido, pero probablemente no destruirlos. Internet es un arma de doble filo. Sin darnos cuenta estamos trabajando para ellos, pero seguimos trabajando gratis. Nuestros datos son bienes simbólicos, pero económicamente cuantificables, que regalamos a las macrocorporaciones como si de la época feudal se tratara. Estamos pariendo hijos con genética de código binario y a ningún marxista le preocupa mucho, nunca les ha preocupado…

Cómo seguir programando:

Es difícil imaginar futuros desde un espacio feminista que está siendo deslavado por el capitalismo. A pesar de que trabajemos o tengamos cierto acceso a la tecnología, las diferencias estructurales siguen aumentando. Incluso parece haber más violencia y más segregación por raza, clase, sexualidad, y género. El 80% de las mujeres trans de América Latina muere antes de los 35 años.

Cuidarnos entre nosotras es importante, compartir la información, experimentar nuevas formas de organizarnos y de desordenar nuestros cuerpos sigue siendo urgente. Hay que recuperar saberes no científicos, recuperar lo que le han extirpado a las brujas, a las acompañantes, a las amigas, a las amantes. Necesitamos reconocer nuestros cuerpos como campos de batalla expropiados por los estados-nación, por la industria farmacéutica y por los discursos médicos oficiales, para crear espacios de resistencia en el más acá de nuestro cuerpo y en el más allá de nuestra red.

A pesar de todas las amenazas, somos muchas, el único problema es que a veces no nos conocemos. Necesitamos espacios de encuentro y conspiración, espacios físicos y de los otros. Necesitamos narrativas que recreen los lugares imaginarios que también nos han quitado, programar historias y fantasías, ser puentes entre nosotras y a nuestro propio poder, y como diría Kate Rushin, mediar nuestras propias debilidades, ser las puentes a ningún lado, y después, ser útiles.

* CC (by-sa-nc) 2017

Lucía Egaña Rojas (Chile, 1979) tiene formación en artes, estética y documental y es doctora en Comunicación Audiovisual por la Universidad Autónoma de Barcelona. Escribe e investiga sobre feminismos, transfeminismo, postpornografía, software libre y error.

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