Privacidad y Políticas Públicas
No hay democracia sin garantía de anonimato en internet
10/09/2016
Por Ana Freitas | #Boletín14
Mi experiencia como reportera de cultura digital y tecnología me hizo convertirme, a lo largo de los años, en una defensora de la privacidad y la protección de los datos personales en internet.
Fue también mi actuación como reportera la que me colocó en la situación de ser amenazada, perseguida en la vida online y offline y expuesta de diversas maneras por un grupo de usuarios anónimos. El episodio me puso frente a frente con mis convicciones sobre la privacidad y el derecho al anonimato, pero no me hizo cambiar de opinión.
En febrero de 2015 trabajaba como periodista independiente, produciendo reportajes para medios de Brasil y del exterior. Tenía un contrato fijo con uno de esos medios, un sitio web brasileño sobre cultura digital, en el que publicaba cerca de ocho notas todos los meses. En determinado momento sugerí una pauta sobre la prevalencia del machismo y la misoginia en espacios virtuales dedicados a debates sobre cultura pop, como, por ejemplo, historietas, cine y música. En mi experiencia personal, esos lugares no eran espacios seguros para las mujeres. En esos foros, las mujeres son puestas a prueba todo el tiempo, son cuestionadas sobre su dedicación al tema y, con frecuencia, son acosadas verbalmente. El texto aportaba, además de mi experiencia personal, conversaciones con hombres y mujeres que frecuentaban foros como estos, en las que todos reconocían el problema, además de reflexiones de otros textos sobre el asunto. A pesar de que mi editora elogió el resultado, se negó a publicar el texto alegando que «no queremos entrar en esa historia”. Sabíamos, las dos, que existía la posibilidad de represalias. Ponderé la necesidad de publicar el material listo y conversé con otros amigos, periodistas más experimentados. Entonces, decidí ofrecer el articulo para su publicación en el Huffington Post, donde fue bien evaluado y publicado.
La repercusión fue inmediata y, a pesar de ligeramente positiva, enseguida comenzaron los ataques y amenazas de usuarios que se sintieron ofendidos por el texto o por mi iniciativa de denunciar los ambientes nocivos. Asesinato, agresión y violación eran las expresiones más comunes de los ataques, tanto a través de Facebook como en foros anónimos, los chan, que acompañaba. En pocas horas, los usuarios de esos foros descubrieron mis datos personales. A pesar de que hice un esfuerzo por cerrar mis perfiles en las redes sociales más obvias, no fue difícil encontrar otros datos con una búsqueda más minuciosa. Más importante que eso, los usuarios de los chan son personas comunes. Una de ellas, posiblemente un empleado de Serasa (una empresa que administra un banco de datos de información económico-financiera de empresas y consumidores), buscó mi nombre en la red interna del servicio y publicó, con una impresión de pantalla, mi dirección completa, mi fecha de nacimiento, el nombre de mis padres y mi teléfono. Las amenazas, las ofensas y el cyberbulling, incluyendo montajes con mis fotos, impresos sumaron más de 600 hojas papel tamaño A4. Entonces, los agresores pasaron a los ataques en la vida offline. Comenzaron a hacer compras con tarjetas de crédito robadas y me mandaron a mi dirección residencial paquetes con estiércol, gusanos, artículos de sex-shop, collares de perro con mi nombre, libros para adelgazar y material de construcción.
Cuando los usuarios anónimos empezaron a organizar el envío de mensajes y materiales ofensivos a mi madre, que vivía en la misma dirección que yo, consideré que debía salir de casa durante algún tiempo. Refugiada en la casa de una amiga, también periodista, me sentí más tranquila. El impacto emocional y personal de los mensajes disminuyó y, después de algunas semanas, sintiéndome más segura, decidí denunciar públicamente las amenazas. Publiqué otros dos textos sobre la situación que vivía y, posiblemente temiendo investigaciones policiales, las amenazas y hostigamientos fueron disminuyendo hasta parar. El proceso judicial continúa avanzando, pero los chan tienen mecanismos de protección del anonimato que garantizan que los posts sean borrados. Tengo las impresiones de pantalla, pero todos eran usuarios anónimos.
Sin embargo, el episodio no me convirtió en una defensora de políticas públicas para registrar los datos de navegación de los usuarios de la red. Me concienticé sobre la necesidad de una legislación para proteger los datos personales, como los míos, fácilmente accesibles en el banco de datos del Serasa. Me involucré todavía más con el feminismo, consciente de la necesidad de educar a los niños y niñas sobre la igualdad de género para que ninguna otra mujer tenga que pasar lo que yo pasé.
El discurso de odio, el cyberbulling y la persecución personal a mujeres en la web no es un problema aislado. Amenaza la salud mental, la calidad de vida y hasta la libertad de expresión de las mujeres comunicadoras. Es lamentable que ciertas herramientas fundamentales para la democracia digital se usen para perseguir, hostigar y amenazar personas. Pero es el anonimato en la red el que permite que otras mujeres comunicadoras sean capaces de hacer su trabajo y que activistas de naciones antidemocráticas puedan elevar la voz.
Ana Freitas es periodista especializada en cuestiones sociales y cultura digital. Hoy es reportera del Nexo Jornal, donde cubre cuestiones sociales, arquitectura y urbanismo, ciudades, cultura e internet. Trabajo en los medios Estadao y Galileu y colaboró con Superinteressante, Vice, FOLHA, YouPIX y Huffington Post.
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